La cultura del vino
Todo lo que hoy hace posible nuestra subsistencia diaria, la agricultura y la ganadería, la escritura, la literatura, la arquitectura y hasta la astronomía tuvieron sus orígenes en la zona de Mesopotamia, entre el Tigris y el Éufrates, y más ampliamente en el llamado Fértil Creciente, la media luna que abarca desde el Nilo hasta el Golfo Pérsico.
Lo que allí ocurrió se cubre por la niebla del tiempo y es difícil interpretar qué quiere decir la Biblia, cuando habla de que «los hijos de Dios vieron que eran hermosas las hijas de los hombres y tomaron por esposas las que más les gustaron». ¿Quiénes eran esos «hijos de Dios»? ¿Quiénes eran las «hijas de los hombres»? ¿Y los propios hombres? ¿Eran héroes, semidioses, visitantes de otros mundos? La mitología, las escrituras bíblicas, la similitud de diferentes versiones y variantes de unos mismos hechos narrados por las distintas culturas y religiones, hacen pensar en la posibilidad de que existe un sustrato común a todas las razas, que desconocemos por qué, ni cómo se produjo, pero algo realmente extraordinario debió ocurrir allí, algo que posiblemente nunca sepamos, a pesar de Yuval Noah Harari.
Posiblemente fuera de forma casual como se produjeron muchos descubrimientos, que han sido determinantes en la forma de vida del hombre durante miles de años, hasta el día de hoy. Pero el azar, en conjunción con la inteligencia humana, perfeccionó poco a poco todos esos hallazgos hasta hacer de su fabricación un arte y convertirlos a ellos mismos en motivos artísticos. Desconocemos cuándo se produce la aparición del vino, teniendo en cuenta además que el cómputo de años en la Biblia es absolutamente dispar con cualquier acepción de periodos de tiempo actuales, pero en el Génesis 9, 20 se lee que «Noé era agricultor y plantó una viña», bebió de su vino y se emborrachó. Estamos hablando de un personaje antediluviano y por tanto, de la descripción de la primera borrachera conocida hace miles de años.
Este azar en su evolución, si es que así fue, ha conformado la vida de las civilizaciones de forma radical. No solo desde el punto de vista alimenticio, sino que la elaboración del vino se ha convertido en lo que podríamos considerar una mezcla de ciencia y arte, especialmente en los últimos tiempos. Tanto desde el punto de vista económico, cultural, artístico y desde luego, desde el punto de vista religioso, la civilización hubiera sido muy diferente si el vino no existiera. Pensemos en el papel crucial, esencial que el vino juega en el caso de las religiones: desde las saturnales y bacanales griegas y romanas, Dionisio y Apolo y Baco y Selenio, hasta el culto cristiano en el que el vino juega un papel imprescindible en la consagración y en el propio culto hebreo, en el que en las bodas no se empieza la celebración hasta que el rabino presente bendice el vino kosher y autoriza a beberlo. ¿Qué decir de la presencia del vino en el sector económico de países como España, Francia, Italia, Portugal o la propia Alemania? Por no hablar de la incorporación a la enología de California, Sudáfrica, Argentina, Chile o la propia Australia. En el mundo literario la presencia del vino es constante. Pensemos en Falstaff y la alegría de vivir de Shakespeare, en El lazarillo, en Cervantes, en el Arcipreste de Hita, o en la inmensa mayoría de escritores y autores irlandeses y norteamericanos. La obra de un Scott Fitzgerald, o un Hemingway, o un Tennessee Williams no existiría simplemente sin la presencia del vino, aunque muchas veces en forma de camino a la destrucción por una vida de excesos. La presencia del vino en romerías, fiestas populares, celebraciones de cualquier tipo, en la música, en el folklore es absolutamente imprescindible. Hasta en la ópera.
Pues como no podía ser de otra forma, el vino juega también un papel esencial en el mundo del arte, tanto en las llamadas artes mayores, como en las consideradas menores, distinción que empezó a perder su sentido desde que William Morris estableció que esa distinción era absurda, puesto que las llamadas artes menores jugaban un papel fundamental en la lucha contra la alienación de los obreros en las inmundas zonas industriales y fábricas de la Inglaterra del siglo XIX. El caso de la Gran Bretaña es especialmente paradigmático, siendo un país que no produce vino, porque no se dan las condiciones ambientales de tierras y clima necesarias. Pero ese país ha sido vital para la extensión del amor al vino. Oporto, Jerez, Málaga, Borgoña, Burdeos han estado siempre presentes en las grandes mesas inglesas, difundiendo ese amor por todo el mundo a través de sus comerciantes y de su ejército. Pero también Inglaterra ha sido el país que ha creado parte de la mejor industria relativa al cultivo del vino. Desde los mejores y casi únicos sacacorchos de la historia, hasta las barricas de roble norteamericano, que después de ser utilizadas en Jerez para envejecer los vinos de solera, son enviadas a Escocia para los grandes maltas. Porque Inglaterra sustituyó la imposible viticultura por la ginebra y el whisky, mientras en Francia un monje giraba una botella y nacía el champán.
Briones es un hermoso pueblo de La Rioja, situado muy cerca de las orillas del Ebro y en el que se encuentra la Fundacion Vivanco, que alberga la que posiblemente sea una de las mejores colecciones de industria, cultura y arte del mundo, en relación con la vid y el vino, desde su cultivo hasta su consumo, y su presencia en el mundo del Arte. Es premonitorio de lo que uno va a contemplar en el interior de las bodegas, el encontrar a la llegada el llamado Jardín de Baco, es decir, una recopilación de las principales cepas del mundo en número de 222.
El museo que recoge la colección tiene secciones que resultan verdaderamente asombrosas, desde antiguas y bellísimas prensas de gran tamaño hasta biblioteca, sala de documentación, una colección de tres mil sacacorchos, escanciadores, cristalerías, pasando por maquinaria antigua de todo tipo fabricada en la cercana Vizcaya y en Inglaterra, envases de todo tipo, etiquetas, botellas, copas, etc. La propia botella en que se presentan los vinos de Vivanco es una copia de una original del siglo XVIII.
Del antiguo Egipto encontramos, entre otras muchas, dos piezas extraordinarias: una estatua en bronce del dios Osiris y una estela funeraria de la dinastía XXII. En la sección de arte griego encontramos una impresionante crátera de figuras rojas del siglo IV antes de Cristo y unos lecitos de figuras negras del siglo VI igualmente. Una estela funeraria romana en mármol de una calidad y conservación realmente extraordinaria del siglo III después de Cristo. Una colección de ritones, desde el periodo aqueménide persa, hasta las ceremonias funerarias griegas, que eran los recipientes en los que se depositaba el vino para las libaciones del culto sagrado. Obviamente todas las piezas que se exponen, o bien tienen relación con el vino en cualquiera de sus facetas, o incorporan motivos vinícolas en su artesonado, o labrado. No existe ni una sola pieza en el museo, que no tenga esas características, es decir, que sean ajenas al mundo del vino. Esculturas romanas en mármol, mosaicos romanos íntegros, más de cien piezas de orfebrería romana en oro, plata, estaño, bronce y marfil. A continuación se ofrece una muy buena selección de esculturas y pinturas castellanas, francesas y flamencas, destacando una bellísima tabla del siglo XV, tapices flamencos, orfebrería manierista francesa e italiana, entre las que destaca una impresionante copa alemana del XVII, relojes franceses en bronce dorado del XVIII, esculturas francesas en bronce, una colección de objetos de marfil del XVIII, una colección de veinticinco oleos de época de España, Francia, Flandes, Perú, Italia y Rusia, una colección de ciento treinta grabados entre los que destaca uno de Mantegna bellísimo y oleos de Bassano, Ribera, un precioso Sorolla, hasta llegar a Picasso y Juan Gris. La colección está hecha con un criterio de selección absolutamente acertado, comenzada por Pedro Vivanco en los años setenta del pasado siglo y continuada después por las generaciones sucesivas, teniendo muy claro el objetivo de difundir y divulgar la cultura del vino como elemento civilizador, desde la experiencia, la sensibilidad y el respeto.
Corren buenos tiempos para los vinos de Málaga. Se hacen excelentes vinos en la Axarquía, en las Sierras de Málaga, en Tierras de Mollina, en Ronda, algunos de ellos excepcionales. Se está experimentando, investigando, ensayando, intentando recuperar viejos vinos de estas tierras, con esa mezcla de inteligencia, curiosidad e inventiva tan mediterráneas. Vinos desaparecidos por la filoxera, o la apatía, o la ruina. Málaga estaba presente en las grandes mesas de Londres y San Petersburgo. Pero nada queda de la grandeza del pasado. Hasta la maquinaria de Larios «voló», dicen que a tierras manchegas, cuando la gran industria del lujo se llevó hasta la ginebra. Personas cultas y sensibles, esforzadas y emprendedoras, están llevando a cabo una extraordinaria labor de ir a la busca del tiempo perdido. El desconocimiento sobre estos temas aconseja la prudencia, pero sería conveniente saber si estas personas y empresas cuentan con algún tipo de ayudas públicas, subvenciones, desgravaciones fiscales, cualquier tipo de financiación oficial, o de patrocinios privados. Hay en nuestra ciudad una extraordinaria y bellísima colección de etiquetas, plantillas para bocoyes, cartelería, fotografías, estampas y litografías para la exportación de pasas y frutos secos, grabados y todo tipo de publicidad para la exportación de productos de nuestra tierra a todo el mundo, realizados por empresas de imprenta malagueñas. Su propietario la ha recopilado a lo largo de los años con una extraordinaria sensibilidad, buen gusto y amor por la cultura. Y lo ha hecho a pulmón, es decir, él solo. En esto no hay discriminación alguna con Rioja. La indiferencia española, rota únicamente por inteligentes y generosos iluminados.