recuperado de Expansión

30 DE JULIO

Mitad costurero, mitad arqueólogo, la producción de Sergio Roger es inclasificable. Entre puntada y puntada revela las entretelas de sus esculturas de lino y seda que cautivan a los coleccionistas.

Me topé con sus bustos hace algún tiempo en la planta baja de la Orlandi (que así se suele mentar a Rosana Orlandi, la gran ojeadora del diseño internacional desde su galería milanesa) y confieso que no supe qué pensar. Tendría que tropezar dos veces en la misma iconografía grecorromana para empezar a entender la personalísima producción de Sergio Roger, un artista de largo recorrido hilo y aguja en mano.

«La confección siempre me ha interesado pero nunca desde la perspectiva de la indumentaria. Ya de adolescente empecé a experimentar cosiendo figuras de trapo y otros objetos volumétricos«, responde el barcelonés formado en la Academia de Arte de Berlín (UdK), donde estudió escultura y arte de los nuevos medios.

Con esforzado entrecerrar de ojos, los lectores fieles a estas páginas (esos que nos gustan) quizá recuerden haber visto por aquí unas cabezas animales (sobre todo perrunas) tejidas con sentido y humor. Sí, Roger está detrás de Softheads, un proyecto con el que lograba acercarse a un público más amplio. «Actualmente estoy enfocado en mi obra artística, pero la marca sigue funcionando», aclara.

Desde luego la tarea es absorbente: entre uno y cuatro meses emplea en confeccionar cada una de las piezas que encuentran su público principalmente entre coleccionistas de arte con una cotización que parte de 6.500 euros, ajustada a la dedicación que exigen estas obras necesariamente limitadas.

La inclinación textil podría ser casual pero puntada a puntada hilvana su obra artística con la historia propia. «Empiezo a pensar que hay una memoria invisible que me conecta con mis raíces. Mi tatarabuelo fundó una fábrica de hilados, tejidos y tintes a las afueras de Barcelona. Y hace muy poco mi tía me contó que los Roger se desplazaron desde Países Bajos a Cataluña en el siglo XV y eran ganaderos y manufactureros de lana».

Esa genealogía textil quizá explique el mimo con el que selecciona la materia prima. «Trabajo con el lino antiguo que colecciono desde hace años. Lo encuentro en anticuarios y mercados del sur de Francia. Últimamente algunos particulares me han contactado para ofrecerme sus colecciones». La elección está íntimamente ligada a la cultura clásica que le apasiona. «Su textura me recuerda a la piedra y además es un tejido muy ligado a las antiguas civilizaciones del Mediterráneo en la elaboración de indumentaria. Se utilizaba también en ritos funerarios e incluso para realizar armaduras en caso de los antiguos griegos. Pegaban varias capas de lino hasta conseguir una estructura rígida y a la vez ligera que les servía de protección en los combates», explica.

Clásico, pero tampoco mucho

En su serie más reciente, El gran baile de Delfos (las juguetonas columnas y el colorista capitel de la imagen a la derecha), ha introducido la seda salvaje que le tiene fascinado. «Consigue darle un aire más expresivo a las piezas. He empezado a colaborar con una artesana que cultiva sus propias plantas tintóreas y estamos intentando reproducir el efecto del bronce antiguo con sus tonalidades de verde y óxido», cuenta. El tejido casa de maravilla con su propósito, que no es otro que «yuxtaponer la visión del XIX mediante el uso de las ricas sedas, típicas de los interiores de palacios de este periodo, en contraposición a la fiebre por el mundo clásico que se desenterraba entonces en las expediciones arqueológicas».

La obra se presenta así como una visión más lúdica del clasicismo, a lo que contribuye no poco el hecho de que en su presentación a prensa incluya una fotografía de la película El destino de Sissi de 1957. En el fotograma se ve a Romy Schneider con otras damas «vestidas con imposibles miriñaques y trajes de seda en colores pastel con las ruinas del templo de Segesta al fondo. La imagen apareció cuando la obra estaba acabada pero el paralelismo era innegable y me resultó muy divertido», reconoce.

Sin prisa, como trabaja el propio Roger, nos hemos ido acercando al corazón de su obra: la pasión por la cultura clásica. «Diría que es uno de los grandes temas de la historia del arte occidental porque establece las bases de nuestra cultura. Creo que es un buen punto de partida para cuestionar nuestra noción de belleza e idealismo. Y esa es una de las principales motivaciones de mi trabajo».

La perspectiva que adopta el artista es casi la de un arqueólogo. «Mi fuente de inspiración son los restos que encontramos en los museos de arte antiguo«. No sería por tanto extraño encontrarle caminando por el Louvre, el Pergamon, el British Museum, el arqueológico de Atenas… O leyendo: «Constantemente, sobre todo libros de ensayo y crítica sobre historia».

No le interesan, de momento, las interpretaciones renacentistas o neoclásicas. Ahora mismo remata las piezas para una exposición individual en primavera de 2023 en Nueva York, cuando empezará a trabajar con la galería The Future Perfect. Hay que imaginarle entre linos antiguos, algodón, agujas…

Corte y confección

Confecciona sus columnas y bustos con un método basado en el patronaje tridimensional «que he ido perfeccionando durante los años. Primero escojo el motivo y hago varios esbozos. Luego preparo los prototipos en tela provisional, generalmente algodón, que relleno con guata. Una vez consigo el volumen deseado, se confecciona con la tela definitiva y se rellena de nuevo. Finalmente realizo los acabados mediante el acolchado y el drapeado. Algunas telas las tiño con tintes naturales para conseguir el efecto del mármol envejecido. En las piezas más grandes utilizo estructuras de madera o poliuretano», detalla.

Todo a mano y en su estudio de Barcelona, un espacio singular como todo lo que rodea a Sergio Roger. «Es una gran sala de estilo neoclásico en un antigua casa señorial del XIX en el barrio gótico de Barcelona. Fue una escuela y ahora lo utilizamos varios artistas y artesanos. Es curioso: la antigua muralla romana pasa por debajo de los cimientos del edificio». Un nuevo giro en esta historia bien hilada, pese a lo difícil de etiquetar lo que hace Sergio Roger. «Me gusta bromear autodenominándome sastre arqueólogo».

La obra de Sergio Roger en Christie’s

Rosana Orlandi vio el trabajo de Sergio Roger en una revista e inmediatamente le fichó. La instalación «Textile Ruins» en su galería en septiembre de 2021 dio un vuelco a la carrera del artista barcelonés, como él mismo reconoce. «De ahí me han surgido múltiples oportunidades profesionales. Como por ejemplo la colaboración con Christie’s en Londres el pasado diciembre». Las esculturas textiles de Roger se exhibieron a iniciativa de Claudio Corsi, especialista en antigüedades de la casa, junto a piezas de arte antiguo que iban a ser subastadas.

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